Se llenó de negro y gris
y en un gesto de rebeldía
se armó el viento de aquel
sabor
forjado a herrumbre,
como un arrebato
que todo lo inunda,
igual al vino añejo que
hierve
simulando sangre a
borbotones
e involuntarios
espumarajos.
Y fue chocando contra dientes
de labios entreabiertos a
la deriva.
Y dejaba su huella ocre
y su helado crujir
haciendo tambalear
una forzada sonrisa.
Y era más una mueca amarga
y pedía ser amnesia
y prefería ser letargo
para no sentir,
para no darse por enterada.
De pronto
él decía estar de vuelta,
tranquilamente,
sin inmutarse.
Regresaba otra vez
y otra vez.
Regresaba de nuevo
y de nuevo
y de nuevo
como una de tantas…
las mismas que se iba
regresaba siempre.
Y era todo parecido.
Lo mismo exacto.
Volvía igual,
con la boca llena de engaños.
Nada cambiaba.
Llegaba con su palabra
experta
derrochando inhóspitos
e ilustres vacíos.
Ella…
Ella al fin se cansó del
juego.
Un día,
un buen día,
le jugó sus cartas
marcadas.
Dora Elia.
27 de Mayo 2018.
EE.UU.
Derechos de autor.
Imágen de la red.
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