Pero estuvimos de paso
en incansable vuelo diez años.
Y nos consumió en su tumba
aquél abismo indómito
que escupía necedades
y regurgitaciones de vacíos,
soledades
y distancias.
¡Y fue tu claustro más que amado!
Tu prohibido e inconfesable amor
de aquél enfurecido ayer
lo que trastornó al mío
desatándome las tempestades
ebria y enloquecida.
Y moríamos juntos
y moríamos aparte
y morimos de ahogos
y estertores
y sequedales
y parajes sin cantos
ni diluvios
ni brochas y paletas
que pintaran en óleos
sus aves de colores.
Yo te pronuncio infalible
en el cortejo de la vida
corriendo los andamios insufribles
en todos mis corredizos
anochecidos
y deslumbrados
y te denuncio ante el mundo
como la singular partícula del universo
que jamás antes de ti,
o después,
se cruzara ante mis ojos.
Yo amor mío,
príncipe de mi hambre
y autor de mi sed sin calma,
hacedor de mis orgasmos al galope,
carcelero de mis sueños,
inequívoco redil de mis deseos…
yo te acuso de enamorarme.
Mas…
yo también,
encima de mis hombros cargo culpa,
porque nadie cae al fondo
si no anda con la guardia desarmada
y el descuido a flor de piel.
Y al final de todo,
sin pretextos,
sin rodeos,
y sin excusas,
es que yo te buscaba…
buscaba mi destino sin saberlo.
Yo me acuso a mí misma sí…
y no me arrepiento sin embargo,
porque nos vivimos de lleno
y nos bebimos juntos
hasta rompérsenos la copa.
Dora Elia.
15 de Junio 2018.
EE.UU.
Derechos de autor.