viernes, 1 de marzo de 2019

FLORES MUERTAS.

 Ven, 
te llamo desde el desorientado plexo 
no-clarividente de mis entrañas, 
llenas de mariposas confundidas,
aleteando sin ton ni son. 

Amor, te estoy llamando a ti, 
que no escuchas, 
que no sabes dónde me guardo, 
es más… debo confesar, 
tampoco me importa 
en qué rincón te guareces tú.

A ti, 
que juegas al azar y la aventura.
Esa desventurada aventura 
de rosas marchitas y desvencijadas
en el florero roto
que murió de sed.

Ven, 
ven al clarín de la tarde. 
Te invito un café amargo y ocre-oliente, 
re cocinado en la leña del fogón, 
a fuego crujiente y despacio
pasado de sabor y tiempo.

Ven en la tarde medio muerta, 
al repiqueteo de cenzontles 
sin cantos ni alas. 
Una tarde de campanas inútiles 
sin torres ni sonidos. 

Pero 
¿dije ven?
No, estoy confundida, 
como las mariposas 
en mi plexo solar. 
Quise decir no vuelvas nunca, 
trayéndome los mismos tragos 
amargos de siempre.

¿Ves? Lo siento…
Quise escribirte un poema 
y sólo esto brotó de mis necedades.
Veo en mi inconsciente
que me inspiras flores muertas.






BESOS DE VINO

La noche había avanzado 
atiborrada de pestañeos furtivos. 
La mañana llegaba fresca, 
despeinada, 
rebosante de cantares y victorias 
en su rústico despertar. 

Él la miraba atento, 
enredándose en los torbellinos 
de su ensortijado pelo, 
que lo arrastraban como vendavales, 
en sus aromas de vetiveres salvajes 
y magnolias ardientes. 

Y se enredaba en ella. 
Sí… 
le extasiaba enredarse sin freno
en su respiración, 
en sus cadencias somnolientas, 
medio dormidas 
y soñadoras. 

¡Y se hundía en abismos 
recorridos tantas veces! 
Sin embargo,
cada nuevo éxtasis 
era como viajar a otro mundo,
nunca sentido o visto, 
lejano, 
nuevo.

Y flotaba entre sus brazos.
Flotaba amarrado a su cintura.
Y bebía el vino de sus besos. 
Bebía. 
Bebía extasiado.
Y se embriagaba 
hasta perder los sentidos
y rodaba cuesta abajo
sin importarle nada.