De aquel olvidado
y polvoriento libro
encontré en mi ático
haciendo limpieza exhaustiva
saltó una hoja de papel.
Era como si al abrirlo
ella se liberaba
de años de claustro involuntario...
como el sapo de la fábula
al ser besado
rompía el príncipe su hechizo.
Transmutado su color por amarillos
provocados por el tiempo
y manchas esporádicas
de aspecto acuoso...
arrugada como anciana piel,
víctima de turbulencias del sentir
y unos ojos
que imitaban la lluvia.
Esta hoja
parecía tener alma y corazón.
Volvió a hablarme de pesares
tristezas
abandonos
olvidos.
Olvidos que pretenden ser
y no son olvidados nunca
objetos que por siempre flotan
en la salumbre del Mar Muerto.
Hoja de un final...
último adiós le escribí
definitivo
despedida,
que aunque no de muerte
era broca y taladro
directa a su alma.
La apretujaba entre sus manos...
Al marcharse
en desolación
la tiró en el cesto.
¡Y vi correr
lágrimas de sangre de su herida!
Rescatándola
la guardé en el viejo libro
como último recuerdo...
¡Hoy
sangran mis manos!
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