Te conocí en la penúltima
esfera
la tercera estación
la undécima esperanza
a la hora veintitrés…
casi al final del camino.
Ese tan llena de
crepúsculos
bordeando montañas
de inaccesibles auroras
intangibles y herméticos
vacíos
donde apenas cabe somnoliento
un confundido rayo de sol.
Desnudaste mi alma
y fue tan fácil quererte
aun entre los imposibles
que el irreversible tiempo
me lanzó como pedradas
disfrazándolas de pétalos.
Y cada atardecer
se derrama una lágrima
que desarmada se esconde
en mi almohada desvanecida.
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