Aquella noche tan especial
que empezaba
el solsticio de verano
-noche sin precedentes
por el brillo
que lo deslumbraba todo-.
Monté corcel de fuego
a galope tendido
él montó potranca fina
sin retablos
silla
ni frenos...
potranca briosa y brava
desnuda de inhibiciones.
Arrancó a mordiscos
pedacitos a la luna
a poner en mis pezones
y en medio de mis muslos
que brillaban
como concha nácar
y escapaban a la vez
temblorosos entre sus
labios
como pececillos de colores.
¡Pobres pedazos de madre
luna
terminar ahí, caray!
¡Vaya sí que pobre madre
luna
sin esos hijos!
Derritiéndose al calor
y corriendo a manantiales
como agua de coco fresco
para calmar de él su sed.
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