jueves, 8 de septiembre de 2016

AQUELLOS OJOS NEGROS


Me encajó sus ojos oscuros como dos gotas de fuego escapadas de las piras de sus vendavales ardientes. Me penetraban alucinantes electrizando mi dorsal,  corriendo desde mis cervicales como manadas de búfalos desenfrenados hasta mi cauda equina -que había dormitado por otoños-. Parecían brincar rediles deseando de mi cuerpo su guarida, potrero para resguardar el desboco de su corcel de sangre pura, estanque líquido donde abrevarse, panal para el enjambre de sus besos. Parecían cantar, sin más sonido del que reflejaba un arco iris. Aquellos ojos parecían respirar de soles profundos, parecían gritarme desde sus ansias locas -te quiero, te quiero, tienes que ser mía-. Humedecí mis labios mordiendo levemente mi inferior diciéndole -yo también muero por ser infinitamente tuya-. Y la multitud remolinaba a nuestro alrededor… ¡Esa muchedumbre no entendía! Y nos fue arrastrando. Nos perdimos. Allá a lo lejos, entre espaldas veía sus ojos buscándome hacia atrás. Parecían gritarme ¡que no nos jale la ola vida mía, estoy luchando, voy por ti, espérame! Y de estos ojos cansados de buscarlo escapó una lágrima… Aquellos ojos siempre vienen a mi alma, como aquel seminarista de los ojos negros.

Dora Elia.
8 de Septiembre 2016.
EE.UU.

Derechos reservados de autor.







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