Te apostaste en mi dintel y
fuiste despacio avanzando a mis entrañas cortándome como navajas de mil saetas.
No sé si me quisiste, no supe si te quería, solo sé que a poco te iba pensando más.
Y vino un día aquel adiós inevitable, clavando sus vidrios rotos, obtusos, multiformes,
como aguijones obcecados llenos de veneno en mi pecho y mis costillas… entonces
supe te amaba, me quedaba claro. Y la escarcha grita y dicta las horas donde te
transportas en la gama y espectro de todos los misterios… porque estás en la pintura
de mis cuatro paredes, en mis insomnios, en las voces que en mis locuras
escucho –provenientes de la nada- donde resalta la tuya… en las adherencias de
algunas cicatrices -esos gnomos incoherentes que torturan al moverse, adoloren,
y duermen sin dormir en el cuerpo día y noche-… Eres como cenizas que siguen vivas,
encendidas muy debajo en lo interior y solo esperan el viento para volar e
incendiarlo todo.
Dora Elia.
7 de Septiembre 2016.
EE.UU.
Derechos reservados de
autor.
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