Me regaló una noche bordada en su estro, hilvanada con
hilos de plata. No era poeta o rapsoda, y no obstante, en el arte autodidacta de
su magia, en arranques poéticos escribió en mis pergaminos los más sublimes
poemas. Nos perdimos por todos los senderos y nos encontrábamos de nuevo, en el
punto limítrofe de nuestros labios. Me bañó en transpiraciones –entre otras
cosas- talladas en exóticas maderas del Líbano… y el lejano oriente, en
solidaridad, compartió agitadas, de sus milenarios árboles las copas. Investigó
mis montañas, indagó mis valles, besó mis cumbres, acarició mis peñas y se extasió
enajenado en mis cuevas. Yo, yo regalé a sus oídos mil versos tejidos en
filigrana. Desgajó mis ansias, desgranó mis gotas, deshojó mis pétalos inundados
de rocío. Yo, yo me senté en todas sus locuras construyendo sinfonías acústicas
entre inspirados jadeos. Y nos volvimos bosque y selva y juglares y ríos. Al
despuntar el alba me vestí de nuevo en mi cordura, él se enfundó en su ropa y fuimos
en rumbos distintos. Yo seguí escribiendo versos en el tiempo, envuelta en cotidianidades...
él, no sé. Nos extraviamos para siempre los dos, en dos ciudades lejanas.
Dora Elia.
2 de Septiembre, 2016.
EE.UU.
Derechos reservados de autor.
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