Y mis pechos brincaban en
su justo albedrío en la enramada de sus manos. Corrían veloces y trémulos, como
cabritos sin lactancia, ágiles y sin la esclavitud de corrales reclusorios… Saltaban
jubilosos como en raudo vuelo, buscando recorrer de lado a lado las campiñas
abiertas, tan abiertas y silvestres como se abrían de mi amor sus fauces salvajes
-solo en la intención de inmolar en su punto dos botones traviesos-. Y nos
entretuvimos en medio de los péndulos que marca el tiempo, él batiendo y
apartando mis letras en montículos, acomodadas una a una deliberadamente frente
a sus cuadernos -roperos de estación literaria-… yo entreabriendo mis baúles
pintados de esencia y orquídeas ante sus ojos, mis baúles guardadores de
crescendos… y su corbata y mi chalina haciendo al azar las veces de incrédulos baberos.
Y se acurrucaban temblorosos mis cabritos entre sus juncos y manglares y
saltaban y resbalaban entre sus sudores blancos… Y el sol nos sorprendió la
cara, al cortarse las horas oscuras que en luto marcharon a dormir…mis cabritos
placenteramente al fin cerraron sus ojos.
Dora Elia.
12 de Septiembre 2016.
EE.UU.
Derechos reservados de
autor.
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